El Pacífico colombiano es una caja de pandora a la hora de descubrir sus múltiples atractivos naturales, más allá del avistamiento de las famosas ballenas yubarta que por esta época llegan a sus costas. En esta crónica de viaje damos cuenta de lo mucho que hay que conocer y hacer en su vasta biodiversidad ecológica y cultural.
El Pacifico colombiano es uno de los secretos mejor guardados para el turismo nacional; secreto porque los colombianos casi siempre que mencionan playa, brisa y mar piensan en el cálido y bullicioso ambiente de la costa Atlántica y sus cuatro perlas caribeñas: Cartagena, Barranquilla, Santa Marta y San Andrés, sin sospechar que en su costa occidental hay todo un santuario natural lleno de mega diversidad, donde el mar y la selva son un solo cantar, más allá del espectáculo marino que cada año por esta época protagonizan las ballenas yubartas que suben del sur del continente a aparearse y a dar a la luz a sus crías en las cálidas y turbulentas aguas del Pacífico.
Y en medio de esta costa con un mapa que más parece un caballito de mar, emerge en su exuberancia natural el Chocó, el único departamento que en Colombia comparte dos mares diferentes (El Atlántico y el Pacifico), y no solo eso, también es la única región selvática del planeta en medio de dos mares.
Por algo lo llaman el Chocó biogeográfico, uno de los espacios naturales más ricos de la tierra donde habitan cerca de 9.000 especies de plantas vasculares, 200 de mamíferos, 600 de aves, 100 de reptiles y 120 de anfibios. Además, una de las regiones de mayor biodiversidad y pluviosidad del planeta con precipitaciones del orden de los 4 000 mm/anuales, según el Ministerio de Minas y Energía de Colombia.
ALTO VOLTAJE DE VIDA
Si, tanta maravilla natural se encuentra en Colombia, en el ahora tan promocionado país de la belleza y el segundo territorio más biodiverso del mundo después de Brasil. Sin duda un alto voltaje de vida donde los cinco sentidos se nutren y se extasían de su exótica naturaleza tropical; de la constante sinfonía de sus pájaros y ballenas; de los cantos afros y ese incesante palpitar en los tambores que animan sus pintorescas cumbanchas; de sus anchas y largas playas doradas y negruscas cuando baja la marea cada seis horas; del olor a atunes y pargos rojos que salen de sus humeantes cocinas; de las cocadas con sabor a palmeras y de su arrebatado viche que embriaga hasta el alma.
Para fortuna nuestra, todo este banquete natural está servido para el visitante que quiera un turismo sosegado, sin estridencias, sin picós o discotecas ambulantes que hagan temblar la tierra, y sin vendedores que acosen en las playas, pues si bien este mar no es Pacífico, si lo son sus gentes afros, indígenas y mestizos anhelantes de paz y tranquilidad.
SE INICIA LA AVENTURA
Precisamente ese es en parte el turismo al que hoy le quieren apostar organismos como el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo, el Fondo Nacional de Turismo (Fontur) y la Asociación Colombiana de Agencias de Viajes y Turismo, ANATO, quienes recientemente propiciaron un viaje de familiarización de cuatro días a través de un tour operado por la agencia Amanecer Viajes y Turismo con 15 operadores turísticos del país y varios medios de comunicación; el propósito, explorar este territorio con el fin de que los colombianos y extranjeros se enamoren más de estas tierras y de las distintas rutas y productos turísticos que ofrece este destino, especialmente los poblados asentados en el gran golfo de Tribugá, como lo son Nuquí y Bahia Solano.
La aventura se inicia desde el aeropuerto regional Enrique Olaya Herrera de Medellín, donde tienen su centro de operación hacia el Chocó, aerolíneas como Satena, Clic, Pacífica y Moon Flights, algunas de las cuales disponen de conexión con otras ciudades del país como Bogotá y Cali. Tras despegar y alzar el vuelo por los lados del corregimiento San Antonio de Prado, el avión sobrevuela los cielos del Suroeste antioqueño con su imponente Cerro de Tusa hasta sobrepasar la cordillera occidental y adentrarse en tierras chocoanas, donde la nubosidad constante, solo dejar ver por momentos el hilo acuático del gran Atrato que divide sus agrestes tierras. Luego de un vuelo que no sobrepasa los 50 minutos, y a escasos kilómetros de la pista de aterrizaje del aeropuerto de Nuquí, por la ventanilla se ve el mar con sus rocas negras que acompañan sus enormes playas llenas de palmeras.
SELVA, MAR Y MUCHA DIVERSIÓN NATURAL
Muchos llegan atraídos por estos días por el inicio de la temporada de ballenas, que entre julio y octubre pueblan sus costas con sus tradicionales cabriolas sobre el agua, un espectáculo marino que atrae (quien lo creyera) a más turistas europeos y norteamericanos, que a los mismos colombianos y latinoamericanos. Pero las yubartas no solo son las protagonistas; en los platos de sus rústicos restaurantes y hoteles; el visitante es recibido con el infaltable atún, un pescado de mar codiciado por la textura de su carne y su alto contenido de Omega 3. Otro de sus espectáculos imperdibles son sus atardeceres arrebolados, más si se miran desde sus exóticas playas, que como un espejo húmedo refleja los últimos rayos del sol.
Y como de disfrutar al máximo la naturaleza venimos, el segundo destino fue madrugar a los termales de Jurubirá en la vereda Joví, cerca de la playa de Morromico, ubicado a media hora en lancha desde la zona urbana de Nuquí. Allí en medio de la selva húmeda se encuentra este oasis que cuenta con dos piscinas de agua volcánica que brotan de la tierra y que relajan al más estresado. Y si de hacer ejercicio se trata, que mejor que recorrer a pie las playas de Guachalito llenas de pequeños islotes y grandes rocas, desde donde a cada paso brotan riachuelos de agua cristalina que manan de la selva, confundiéndose con el mar. Allí durante el trayecto es común encontrar pequeños hoteles Lodge como Piedra Piedra, en medio de la selva virgen y de miradores espectaculares, muy apetecidos por los turistas extranjeros.
Tras una caminata de siete kilómetros mojando los pies sobre las olas, el hotel Nautilos nos recibe con un suculento almuerzo donde abundan los frutos del mar. Allí, tras una corta siesta en sus coloridas hamacas, el turno es para conocer a uno de los más famosos productores del viche del Pacífico, Don Diego González, un nativo cimarrón de 50 años que a menos de 10 minutos del hotel convirtió su casa en un complejo licorero donde siembra la caña, la fermenta y la destila para sacar la famosa bebida ancestral que ya fue incluida en la Lista Representativa de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Nación.
El día termina con un concierto de cumbancha por parte de un grupo de cantaoras nativas, que al son de tambores animan la noche chocoana con luna incluida.
MUCHO MÁS QUE BALLENAS
La aventura continúa al día siguiente ascendiendo hacia el norte del Pacífico, en la ruta entre Nuquí y Bahía Solano, embarcados en una lancha que recorre el mar verde color esmeralda muy cerca de la costa, con sus playas llenas de atolones de forma circular que se levantan desde aguas oceánicas profundas, un viaje donde fuimos sorprendidos varias veces por las bocanadas de aire que salen en forma de humo por parte de las ballenas jorobadas, quienes solo nos regalaron su lomo y parte de su enorme cola sobre la superficie marina. No obstante, como premio de consolación, el guía Christopher Vidal, experto en avistamiento de cetáceos, a través de un pequeño equipo de sonido (de donde se desprende un micrófono acuático), nos puso a escuchar el canto agudo y largo de estas reinas del Pacífico.
Después con un sol radiante que colorea de verde y azul las olas del mar, avistamos a la distancia la famosa ensenada de Utría, con sus calmadas y cálidas aguas a donde llegan especies migratorias como las tortugas marinas, las aves, y por supuesto las ballenas; por algo es considerado la ‘sala cuna’ de estos gigantes marinos. A su alrededor también se encuentra un extenso manglar y vastos humedales que albergan una gran variedad de flora y fauna que es protegida por la Dirección Territorial Pacífico, adscrita a los Parques Nacionales Naturales de Colombia.
Allí se puede pasar el día en la playa La Aguada, recorrer el manglar por un extenso sendero de madera, y visitar la Isla de Playa Blanca donde la anfitriona del restaurante Salomón, Emilse Caizamo, deleita a los comensales con unos exquisitos rollos de atún, adobado con cilantro cimarrón, orégano, albaca y leche de coco, entre otros platos que hacen parte de la gastronomía chocoana.
La siguiente estación, mar arriba y en medio de las ballenas que continúan asomando su lomo, fue llegar hasta la costa del corregimiento El Valle de Bahía Solano, un enclave donde el Pacifico ruge y llega con toda su fuerza a las extensas playas de Cuevita y El Almejal, donde anidan y desovan las tortugas marinas conocidas como golfina o caguama. Allí, en medio de un esplendoroso atardecer, la Asociación Caguama liberó 80 tortugitas recién nacidas que buscaron afanosamente el mar, y donde apenas dos o tres sobrevivirán y conservarán su especie ante la jauría animal que puebla este océano. Al final del día, el Ecohotel Kipará, ubicado en las afueras del corregimiento El Valle, invita al descanso en su refrescante piscina y en sus cómodas habitaciones.
El último día de esta expedición no podía ser inferior a lo visto hasta ahora; muy temprano, una chiva tipo escalera, transporta a los viajeros hacia Bahía Solano a lo largo de 15 kilómetros por una carretera estrecha, a ratos pavimentada y a ratos destapada. Después de casi una hora de camino y antes de llegar a la cabecera, la comunidad indígena Mariana de los Emberá Dobidá, nos recibe con sus danzas tradicionales, y lo mejor, con su variedad de artesanías, entre ellos collares, manillas y canastas y esteras hechas con fibra vegetal.
La cereza del pastel de este enriquecedor viaje lo cierra la vistosa Playa Huina, llena de pequeños hoteles, entre los que se destaca Playa de Oro Lodge, un nombre que le puso su dueño Héctor Palacio cuando desde lo alto de una montaña divisó sus orillas doradas.
Este empresario nacido en el Carmen del Atrato, Chocó, quien lleva cerca de 40 años apostándole al turismo de naturaleza, afirma que en esta región del Pacifico siempre habrá que hacer para venir todos los meses del año, pues entre julio y octubre esta la temporada de avistamiento de ballenas; en septiembre la eclosión de las tortugas, y en diciembre y enero una época propicia para disfrutar de las cascadas, las caminatas y la pesca deportiva, entre otros atractivos.
En este mismo sentido, Ana María Lesmes García, operadora de Abercrombie & Kent Colombia, la agencia de viajes de lujo más grande del mundo que busca explorar nuevos destinos para la oferta internacional, afirma que el Chocó es un destino de naturaleza que va más allá de las ballenas: “Aquí hay muchos atractivos aún por descubrir, pero hay que mejorar mucho más la oferta en temas de infraestructura, porque si bien hay una básica que funciona, no obstante bien vale la pena hacer mejoras en temas de hotelería y de transporte, las cuales muy seguramente se optimizarán con el tiempo”.
Así es pues este oasis nacional, que es una melodía y un canto a la vida para desconectarse del bullicio citadino y recargar baterías en conexión con los elementales del agua y la tierra que nos devuelven al origen de la existencia.
RECOMENDACIONES A LA HORA DE VIAJAR A LA COSTA DEL CHOCÓ
- Lleve ropa fresca y de fácil secado, pues el clima húmedo tropical así lo demanda.
- Empaque gafas de sol, bloqueador solar y repelente para evadir los mosquitos.
- No está por demás llevar sombreros o gorras para el sol, y zapatos marinos a la hora de meterse al mar o andar por la playa.
- Es conveniente echar en la maleta una capa para protegerse de las lluvias que frecuentemente caen sobre la Costa y la selva del Pacifico, una de las de mayor precipitación en el mundo.
- No arrojar desperdicios o basura en las playas, ríos o selva. La basura producida debe ser llevada con el equipaje hasta encontrar un lugar indicado para disponerla.
- Algunos nativos preparan platos con tortugas; en este sentido se recomienda rechazar cualquier interés de comerlas. Esto no es un plato típico.
- Evite comprar artesanías o recuerdos hechos con animales marinos.
- Llevar analgésicos y un pequeño botiquín de primeros auxilios.
- Llevar dinero en efectivo, pues solo en cabeceras como Nuquí o Bahía Solano, hay corresponsales bancarios.
- Llevar poco equipaje. El transporte en lanchas y las caminatas pueden ser un gran martirio para las maletas grandes.
- Algunos nativos e indígenas podrían molestarse si se les toma fotos; se recomienda pedir permiso y esperar su consentimiento.
- Se recomienda volver de la playa cuando la marea empiece a subir, el horario cambia de playa a playa, pero suele ser después de las 5:00 p.m.
- Los extranjeros que visiten esta región del Pacifico, deben estar vacunados contra la fiebre amarilla.