Por: Ing. Alirio Ibarra Restrepo.
Pasé por un lugar de diversión en nuestra Ciudad Madre en la tarde del domingo 11 de octubre, en pleno “puente”, y me sorprendí al ver tantas personas bailando y tomando bebidas embriagantes.
Un amigo se acercó para saludarme, y como él no portaba el tapabocas, le advertí de la necesidad de acatar las recomendaciones de las autoridades en época de pandemia, pero me fue respondiendo: “le tenemos miedo a la Policía, pero no al Covid-19”.
No hace mucho tiempo que la Alcaldía controlaba con bastantes celos la llegada de personas a la Ciudad Madre, y emitía permisos de tránsito para el ciudadano que llegara a realizar alguna diligencia administrativa, o a visitar su residencia que presentaba alguna dificultad. Un riguroso retén en el paraje Los tamarindos en el municipio de San Jerónimo chequeaba el paso autorizado hacia las ciudades de la región. Todo esto se hizo velando por la salud y seguridad de todas las personas. Pero qué pesar que al decretarse la reapertura gradual a comienzos del mes de septiembre, todo el mundo se volvió a las calles con la misma agresividad de antes, irrespetando los protocolos acordados, cada uno por su lado pasando por encima del otro y vociferando sandeces como: “es una gripita”, “nos quieren manipular”, “no conozco el primero que le haya dado esa cosa…” todo para justificar la viveza que hace parte de nuestra cultura.
Cuando estábamos en cuarentena reflexionamos en la libertad y en la necesidad de transitar nuestras calles como antes. Muchos hogares rezaron el Todopoderoso para que los días aciagos pasaran y no fuéramos víctimas del Covid-19. Pero el virus no ha pasado; la posibilidad de infección está en nuestra ciudad y es urgente acatar las normas básicas: Distanciamiento social, lavado de manos con agua y jabón, y el uso permanente del tapabocas.
Las autoridades han abierto el espacio, pero confiando en la responsabilidad de cada persona. Se sabe que cada individuo es dueño de su propio destino y puede optar por morirse por el Covid-19, pero entendamos que la comunidad no quiere más muertes en la ciudad, y menos que haya trasportadores del virus infectando a otras personas que sí quieren vivir.
Sí, yo se que esta súplica la estamos oyendo hace muchos meses, pero la informalidad que tenemos los que vivimos en el trópico parece que nos viene en nuestro ADN, el cual nos hace “vivos”, poco temerosos y fiesteros, sin analizar siquiera a veces los clamores y ruegos de las autoridades.
Esta situación de irresponsabilidad en el comportamiento de las personas no solo se está viendo en Santa Fe de Antioquia, sino en Medellín y en el departamento de Antioquia, el cual le gana hoy la carrera contagiosa a la ciudad de Bogotá. Los centros comerciales ni siquiera toman la temperatura porque dizque se hace mucho taco a la entrada. Claro que quién que tenga 40 grados y con fiebre no se va a ir a “loliar” a un mol. Lo más gracioso es que el portero que toma la temperatura me dijo que puede entrar todo el que la tenga bajo 37.5 grados. Allí una señora con hipotermia le marcó 32 grados y entró.
Las normas y recomendaciones sobre el auto cuidado son muy claras y precisas. Muchos turistas disciplinados llegaron a la ciudad, y al ver tantas personas sin tapabocas, creyeron que en la ciudad no había nada de contagio y no lo utilizaron. Les hicieron el jueguito a los irresponsables, y viceversa. De hecho muchos Santafereños se destaparon al ver llegar turistas sin tapabocas y se creyeron el cuento de la moda.
No amigos: USEMOS EL TAPABOCA. El que queramos o nos quede más lindo. Lo podemos encontrar como una prenda que hace parte del vestuario. Los hay de diversos colores: rojos, azules, amarillos. Los hay brillantes, de lentejuelas, de muñequitos, de reconocidas marcas, dorados, etc.
Por último, quiero que recordemos las reflexiones que hacíamos cuando estábamos encerrados, llenos de miedo y rogando que esta ola de maldición pasara. No olvidemos las promesas y actos de contrición perfecta y arrepentimiento que realizamos; ni los mensajes e invitaciones en las redes sociales que clamaban un reinventarnos, un volver a lo simple, al ser, a la raíz, y a valorar lo verdaderamente valioso.
Quiero de todo corazón que demos una lección de civismo a todos los visitantes, a los turistas que están llegando a la ciudad. Usemos y mostrémosle que somos solidarios con la realidad del virus. Que podemos compartir todo lo nuestro, pero con la debida cautela, USANDO EL TAPABOCAS, lavándonos las manos con frecuencia, pues por ahora no podemos acercarnos, ni darnos besos, abrazos, ni menos bailar pegaditos.