La familia es la fuente por excelencia de experiencias formativas primarias para el individuo. Es el lugar en el que se desarrolla y crece durante la infancia, que resulta ser una de las etapas determinante del desarrollo humano; ésta seguirá presente además en el resto de las fases como un referente, o incluso punto de apoyo para muchos. Todas las personas desde antes de nacer hacen parte de ese entramado y complejo mundo de relaciones, conflictos, historias y emociones que componen el núcleo familiar. En todo esto, la función de padre y/o madre resulta fundamental para que ese individuo se forme de la mejor manera y para que la sana convivencia se haga posible.

En la actualidad somos testigos de la falta de gusto  e incluso el abandono total de estos roles, no por no traer al mundo hijos/hijas, sino por parirlos y dejarlos al cuidado de otros o a su suerte; lo que hasta hace unos años era un don y un privilegio, se convirtió en un karma; lo duro es que a diferencia de lo que les pasó a muchos de nuestros ancestros para quienes reproducirse era un mandato divino, en la época contemporánea tenemos la posibilidad de prevenirlo, puesto que contamos con todos los medios y la información para acceder a los métodos de planificación familiar y así controlar el número de descendinetes, la edad del embarazo o incluso la decisión de no ser madre o padre.

Sin embargo, vemos con tristeza que hoy en día ser padres y madres es el equivalente a un aparatoso accidente. Y es que tener hijos e hijas no es una cosa fácil, nunca lo ha sido, y menos en la sociedad postmoderna en la que se reconocen mayores derechos para los niños, niñas y adolescentes, y en la que el maltrato ha dejado de ser validado como el recurso por excelencia para la educación dentro de la educación en los hogares, porque si hasta hace dos décadas la correa, la chancla, el palo, la palmada, el cable de la olla arrocera, entre otros, eran considerados como herramientas de primera mano para poner límites al individuo en desarrollo, ahora resulta obligatorio que los padres y madres sean creativos y busquen nuevas formas de llegar a esos nuevos corazones para conquistarlos hacia el camino que como progenitores sienten que es el más adecuado.  Y sin el ánimo de discutir en este momento los beneficios o aspectos negativos del castigo físico, ya que mucho se ha hablado del tema desde diversas disciplinas sin llegar a puntos concluyentes, está claro que cuando el golpe se convierte en el único elemento de sanción, las consecuencias y cicatrices a largo plazo son grandes y dolorosas, marcando el cuerpo, la mente, la autoestima, las emociones y los vínculos.

Ahora bien, resulta interesante pensar en qué es lo que ha cambiado. Aquí vienen algunas de las apreciaciones que desde la investigación social han empezado a tomar fuerza.

Lo primero es que, a diferencia de lo que vivieron nuestros abuelos y abuelas, la realidad ha es completamente diferente… el acceso a una imagen más amplia del mundo es una hecho para casi todas las personas y se hace posible entre otras cosas gracias a los medios de comunicación, a una mayor divulgación del conocimiento científico, de la producción literaria universal y del arte en todas sus manifestaciones. Podríamos decir que el acceso a la educación y a la información han hecho una diferencia en la forma de vernos como individuos frente a la idea de la vida en pareja y de la procreación.  

Otro aspecto puede estar relacionado precisamente con la autoridad, con una reacción generalizada de personas que fueron criadas bajo sistemas autoritarios y represivos, que como un modo de protesta han asumido unos estilos de crianza del otro extremo, dejando de lado la necesidad que la frustración y el “NO” tienen en la formación de un carácter firme en las personas. Hay un pensamiento en los niños y las niñas de que todos sus deseos se van a realizar con sólo pedirlo, pues su padre y madre parecen estar compensando una deuda con su propia historia, reflejado en esa frase comúnmente escuchada en conversaciones con adultos “que tenga todo lo que yo no tuve”. A veces no entendemos que lo que faltó no está relacionado con dinero, ropa, zapatos, juguetes o tecnología de punta. Tal vez la falta estuvo en ese entonces en ser más amados con ese tipo de amor incondicional, respetuoso y tolerante con las características propias de la niñez. Lo más deprimente es ver que el regalo no coincide con el tiempo o la calidad de las espacios que se comparten.

Por esto, es indispensable que papá y mamá sean conscientes de la trascendental necesidad que sus herederos tienen de recibir una educación en la que reconozcan una autoridad que les acompañe, pues el comportamiento humano al inicio de la vida está orientado hacia la satisfacción de necesidades instintivas que en algunos casos, en la búsqueda de su satisfacción, pueden estar distanciados de la sana convivencia social; por eso las personas en la infancia necesitan un “Hasta aquí llegas” y esto se logra desde esos pequeños regaños, esas conversaciones amorosas y esos “NO” que llegan para demostrarles que si bien son amados e importantes, no son el ombligo del mundo.

La autoridad es vital y no tiene nada que ver con mandar, imponer o maltratar; autoridad es una palabra mucho más profunda que significa algo así como “ayudar a crecer” (Savater, 1997).  Falta meterle la ficha a una educación disciplinada, con más exigencias también a las familias; no necesitamos ser educados para perpetuar un sistema injusto en el que los que más tienen, seguirán siendo los mismos. Necesitamos una educación desde el hogar, liderada por unas partenidades/maternidades conscientes, aterrizados y sanos, que permitan el pleno desarrollo de la personalidad y la realización del grado más alto de la felicidad que sin duda alguna es la serenidad del alma.

Tenemos una sociedad que lo hace posible, ya no hay que tragar entero y hoy en día nos caben en la cabeza, en el corazón y en las realidades sociales formas de ser que a muchos habrían enviado al sanatorio en otros tiempos. Estamos en el mundo de la diversidad, en un mundo rejuvenecido, tenemos familias en las que los padres acompañan a las madres a las escuelas a recibir las notas de sus hijos/hijas, que van a diario a los colegios a recogerlos/as, que dedican tiempo al juego con estos. Tenemos madres que trabajan, estudian y son apoyadas por sus compañeros en este caminar hacia su realización en otros campos. Tenemos madres que trabajan como amas de casa pero que comparten con sus esposos e hijos/as las decisiones del hogar, disfrutando con lo cotidiano, con lo simple de la realidad familiar, con la claridad de que las labores domésticas ya no son sólo una tarea suya y una imposición cultural, sino una decisión y una vocación en la que todos y todas desde su lugar, aportan.

En definitiva, un mundo con la tecnología, la información, la educación y la ciencia al punto en el que estamos, no significa nada si no llega a servirnos día para asumir posiciones distintas, para sentir y actuar diferente, y para construir una sociedad con mejores pronósticos de realización para sus individuos, que partan desde ese espacio tan importante que al ser pronunciado puede movernos las vísceras por aspectos felices o dolorosos, que a mucho nos pone la piel de gallina y los ojos aguados, ese lugar que muchos anhelamos y llamamos “familia”. Tenemos un sinnúmero de personas frustradas e infelices con hijos e hijas a los que crían inconscientemente para ser personas frustradas e infelices, y que tendrán hijos e hijas que probablemente llegarán a ser personas frustradas e infelices. Las familias suelen convertirse en espacios de reproducción inconsciente de ciclos que se repiten una y otra vez. La felicidad y el bienestar también se reproducen, podemos apostarle a eso desde nuevas perspectivas de la paternidad y la maternidad. Ser padre o madre debe dejar de ser un accidente inconsciente para transformarse en una cuestión de responsabilidad y realización del ser consciente. La pregunta que nos queda es ¿Cómo quieren las nuevas generaciones asumir la construcción de sus familias?

 

Por: ÁNGELA JANET ZULUAGA ORTIZ

Profesional Universitaria Secretaría de Salud y Protección Social