Me acaba de llegar la triste noticia de que en Abriaquí “hay alarma por la posible llegada de la minería a gran escala”. Triste, porque este pequeño municipio es un territorio de marcada vocación agrícola y considerado estratégico en materia ambiental, dada su cercanía al Parque Nacional Natural de las Orquídeas, al distrito de manejo integrado Alto del Insor y al Nudo de Paramillo.

Por Iván de J. Guzmán López.
Periodista – Escritor

Este tiempo, signado por el desempleo, el hambre, la miseria, y la muerte misma que se nos ha metido en todas partes revestida de coronavirus, nos está recordando a gritos que la pérdida general de valores esenciales es causa directa de todos los males de Colombia.

La sociedad de consumo, entronizando salvajemente el poder del dinero, ha incorporado hasta en el más inocente de los colombianos, la creencia de que sólo éste (el dinero) valoriza, aprestigia y salva. ¡Es el momento del mundo posmoderno! El mundo donde reina el consumo y nada valen los valores.

El postulado es claro, y la sociedad entera lo ha incorporado ¡como la única cultura posible! Desde la familia más humilde, hasta la más encumbrada, acepta y predica el “cuanto tienes, cuanto vales”. Lo que echa por tierra todo lo demás: cultura patria, sentimientos, tradiciones, espiritualidad, capacidad de trabajo, dignidad, espíritu humanístico, arte, estética, estudio, poesía, solidaridad, altruismo, hermandad, respeto por el vecino. Todo lo que no se traduce en rendimientos económicos, está negado, proscrito; está destinado al repudio, a la burla soterrada o abierta, o, simplemente, al olvido.

Ya el hombre no vale por lo que tiene en su corazón, sino en su bolsillo. Así, se cultiva la política, no para servir sino para saquear y acumular; las dignidades se usan como posición privilegiada para delinquir; se hacen negocios para sacar ventaja, se participa en las juntas para sacar tajada; en algunos casos, la sed de tener se hace tan insoportable, que si es necesario recurrir al crimen para ello, se llega a él sin ningún reato de conciencia, barrera moral, respeto por la ley o temor de Dios.

Esta sed de “tener” a como dé lugar, ha hecho de los bienes naturales mismos un bocado tan suculento y deseable, que los enajenados por el “tener” se han lanzado “a por ellos” (como dicen los españoles), por encima de las naciones, por encima de las comunidades, por encima del ecosistema, por encima de las fuentes de agua, por encima de la vida misma.

Estas reflexiones, porque me acaba de llegar la triste noticia de que en Abriaquí (uno de los más queridos, tranquilos y tradicionales municipios de nuestro Occidente antioqueño), “hay alarma por la posible llegada de la minería a gran escala”. Triste, porque este pequeño municipio es un territorio de marcada vocación agrícola y considerado estratégico en materia ambiental, dada su cercanía al Parque Nacional Natural de las Orquídeas, al distrito de manejo integrado Alto del Insor y al Nudo de Paramillo. La denuncia es clara, en el sentido que la empresa canadiense Fenix Gold Inc., viene impulsando un proyecto de extracción minera de oro a gran escala, mientras que los ambientalistas y la comunidad en general, consideran que: “este proyecto sería arrasador para el territorio”.

Es de anotar que la experiencia minera en Buriticá, su municipio vecino, no es nada agradable y menos recomendable para el resto de municipios del querido Occidente de Antioquia.

En Colombia el 70 % de la explotación minera está en manos de las multinacionales, a quienes sólo les interesa el saqueo: el “tener”, por encima de las comunidades. Y lo hacen saltando, con extrema facilidad, las normas que regulan la explotación minera. Lo cierto es que el propio Código de Minas de 2001 (Congreso de Colombia, 2001), se constituye en una estrategia orientada a eliminar los obstáculos y crear condiciones para una mayor participación del capital privado en los procesos extractivistas, y a esto súmele decenas de funcionarios públicos y privados, para quienes la lenteja, la dádiva o la canonjía, es más importante que el agua que se toman, el aire que respiran, su comunidad o su nación. ¡Mejor el tener, que el ser!, es la consigna, lamentable, si el precio a pagar son los valores que aprendimos de bisabuelos y abuelos.

Triste noticia la de Abriaquí, una comunidad laboriosa y pacífica del Occidente cercano de Antioquia, de apenas 290 km², y cuyo casco urbano sólo llega a 1 km². Su asentamiento humano data de tiempos prehispánicos, aunque los registros históricos basados en crónicas, dan cuenta de la llegada de Juan de Badillo en el año de 1537, al mando de 300 soldados, más de 100 esclavos negros y muchos indígenas. Con lo que no contaba (Juan Badillo) era que esta zona hacía parte del dominio del cacique catío Toné, quien encabezaría la insurrección indígena contra la invasión española. “Fueron muchos años de guerra en los que valerosamente los caciques Toné, Yutengo y Quinunchú, defendieron la tierra abriaquiseña”. Los apelativos que tradicionalmente se le han dado a este municipio son: Acuarela Natural, Remanso de Paz y Pesebre de Antioquia.

De llegar la minería a gran escala a las tierras de Abriaquí, mucho me temo que no hallen a Toné, Yutengo o Quinunchú, para defenderlo; y de contera, poco quede de acuarela natural, se agote rápidamente el remanso de paz y se apague por siempre el pesebre de Antioquia.

Triste realidad, la que tiene destrozada a Colombia y a buena parte del mundo: El hombre ya no vale por lo que tiene en la intimidad de su alma, sino por lo que tenga en su bolsillo. Ya no es contenido sino continente; ya no es espíritu sino materia traducida en dinero.