A finales del año pasado la señora Claudina Higuita de Robledo llegó a esta centenaria edad caminando, hablando y comiendo de casi todo; un lujo y un orgullo para ella y su familia que hoy la tienen como la gran matrona de la vereda La Aldea de Santa Fe de Antioquia donde ha visto amanecer por más de un siglo.

Por: Juan Carlos Sepúlveda S.
vereda La Aldea, sector Coloradas.

Encumbrada en las montañas occidentales de Santa Fe de Antioquia, a un poco más de mil metros sobre el nivel del mar, en la vereda La Aldea, sector Coloradas, vive desde hace más de un siglo en una vieja casa resguarda por el bosque, la que podría ser la mujer la mujer más longeva del Occidente antioqueño y quizás de todo el departamento.
Su nombre: Claudina Higuita de Robledo, nacida en la vereda Los Naranjos de Buriticá el 30 de octubre de 1910, casada en la Catedral Basílica de Santa Fe de Antioquia con el santafereño Luis Alberto Robledo de la vereda La Aldea, y madre de 10 hijos.

Ella que creció con el siglo, como la canción de Piero, se ha dado el lujo de entrar a uno nuevo en pleno uso de sus facultades físicas y mentales.
Y es que si bien los achaques vienen con los años, y más con 109 encima, Doña Claudina aun se mueve por los corredores de la casa y habla sin cesar de sus recuerdos que guarda como una fotografía indeleble en su memoria prodigiosa.

Para dimensionar la edad de Doña Claudina hay que recordar que cuando ella nació en Colombia recién se había posesionado como Presidente de la República, el abogado antioqueño Carlos E. Restrepo y se había celebrado la primera reforma a la Constitución de 1886. Igualmente ese año en el mundo se iniciaba la Revolución mexicana, se proclamaba la república de Portugal, pasaba el cometa Halley, y se fundaba la firma Chanel. Un año después de su nacimiento el transatlántico RMS Titanic, que había partido del puerto de Londres, se hundía en su viaje inaugural llegando a Nueva York.

De eso poco se acuerda, pero si de lo mucho que tenía que trabajar en las labores del campo. A estas alturas de su vida su memoria matemática es tal, que recuerda que ordeñaba 12 vacas, le sacaba 40 huevos a las gallinas y pilaba 10 puchas de maíz diario.

SU GRAN PROLE

Si de algo se siente orgullosa Doña Claudina, es de haber levantado como un “macho” la gran familia Robledo Higuita, pues quedó viuda de su esposo Luis Alberto hace 57 años.

De sus 10 hijos, hoy viven cinco: Laurentina de 87, Luisito de 80, Manuel de 73, Alicia de 72 y Diocelina de 67. Recientemente Gerardo, su hijo mayor, murió en Medellín a la edad de 90 años.

De ahí para atrás tiene una decendencia que alcanza casi los 300, representada en 60 nietos, 80 tataranietos, 145 bisnietos, 80 tataranietos y 2 cuadrinietos; en resumen Doña Claudina se puede dar el lujo como pocos de decir que ha alcanzado a ver y a disfrutar su quinta generación, que hoy a sus 109 octubres, la cuidan y consienten como la joya más preciada.

Pero el cuidado no es solo hacia ella, cuentan los hijos que la acompañan, que madre es madre, y cuando en las noches invernales el frío invade el cuarto donde duermen, ella, sin que ellos se den cuenta, se levanta a arroparlos con su cobija.

MADERA FINA

Pero más allá de su rol de madre, lo que más admiran en Doña Claudina es su gran vitalidad; solo es escuchar el timbre agudo pero fuerte de su voz para saber el espíritu combativo de esta mujer que no le se arrugó a ninguna faena del campo, tanto que hasta hace poco tiempo cuidada su jardín y lo mejor: sin usar gafas enhebraba hilos en la aguja y cocía en su vieja máquina Singer unas hermosas colchas que engalanan las camas de su hogar.

Ese quizás sea el secreto de su longevidad, trabajar y trabajar con buen humor y respirando el aire puro de su aldea campesina donde ha vivido su larga existencia.

Tan vital sigue siendo, que su hija Alicia dice que le cuesta estar sin trabajo, por lo que en ocasiones, antes de las comidas la pone a desgranar el maíz o a pelar el revuelto, porque eso sí, come de todo y no le puede faltar a diario los frijoles y la mazamorra con panela, como buena paisa.
En ese oficio, sentada en una banqueta en el corredor de su casa suspira y no deja de agradecer a Dios por haberle dado tanta vida. ¡Bendito sea Dios…!, repite constantemente.

Así pues, pasa los días esta muñequita consentida, orgullo de la familia Robledo Higuita, quien siempre recibe al visitante pegadita de la baranda de su casa, mientras divisa los amaneceres de su vereda La Aldea como hace 109 años.