Con la desaparición de este emblemático bovino, ha muerto también la tradición bueyera que era una de las formas de transporte más rústicas que llevó y trajo sobre sus lomos el progreso de la llamada Ciudad Madre hasta bien entrado el siglo XX.
Por: Juan Carlos Sepúlveda S., de Prensantafe-El Santafereño.
Verlo andar con su paso paquidérmico por las calles empedradas de Santa Fe de Antioquia era todo un espectáculo, no solo por su figura mansa y fortachona, sino porque era el último gran buey de carga que llevaba sobre sus lomos el peso de una tradición que los tiempos modernos han acabado.
Y es que con la muerte de Gerardo el pasado 4 de mayo en la finca Andalucía de la vereda El Espinal, se fue también una de las formas de carga más antiguas, la de la arriería de los mansos pero corajudos vacunos que transportaron el progreso de la Ciudad Madre durante varios siglos.
Un cáncer en la garganta acabó con la vida de este animal, que hasta hace unos meses desfilaba enérgico por plazas y calles de la mano de su inseparable dueño, Jorge Humberto Herrón Betancur, hijo del inolvidable vaquero Jorge Isaac Herrón Betancur (Q.E.P.D).
EJEMPLO DE TRABAJO
Según lo cuenta su amo y cuidador en los últimos años, “Desde diciembre Gerardo venía decaído y no había droga que le sirviera; “de verdad que no fuimos capaces de salvarlo, pues al parecer tenía un cáncer ya muy avanzado; cuando lo abrimos para examinarlo, vimos unas masas blancas alrededor de la cerviz, lo que muy seguramente le impedía para comer.
Recuerda que su primer dueño fue el señor Gerardo Montoya, más conocido como “Culimba”, (Q.E.P.D.) hijo del legendario Macario Montoya, el centenario patriarca del barrio Santa Lucia quien hoy cuenta con 101 año. Siendo un novillo, Jorge Isaac Herrón se lo compró a Gerardo, bautizando después al buey en honor a su primer propietario, quien fuera su amigo de toda la vida.
Desde entonces, por más de 20 años fue el macho para el trabajo en las faenas de la finca, pues sobre su espinazo llevó y trajo el peso de las canecas con leche y las alforjas con frutas, maíz y cacao, entre otros alimentos que se cosechan en las fincas aledañas al pueblo.
Por ello Jorge Humberto, su jinete de tantos años, saca pecho al decir que Gerardo fue el último de los grandes y viejos bueyes cargueros que tuvo la llamada Ciudad Madre.
Y a fe que sí lo era, pues verlo pasar por las callejuelas de la perla del Tonusco, era toda una fiesta óptica, sobre todo para las cámaras de los periodistas y turistas, ya que se constituía en una postal muy típica y hasta extraña, por cuanto la arriería de bueyes dejó de ser un modo de carga muy escasa en muchos lugares del país, hecho que corrobora lo escrito al principio, que con la muerte de Gerardo, ha desaparecido de cierta manera ese legado cultural de nuestra economía local, que por años preservaron decenas de generaciones.
Como se recuerda, grandes bueyeros que hicieron época en la ciudad de Antioquia desde la segunda mitad del siglo XX hasta hace unos años, fueron los señores Herminio Antonio Vélez, Rubén Sánchez, Pedro Libardo Madrid “Cagarda”, Carlos Carvajal “Carlos Papa”, Manuel Cañada y Pedro Hernández, conocido como “Pedro Manga”, entre otros.
De ello dan fe los paisanos que pasamos de los 40 y 50 años, pues muchos recordamos cuando su presencia era parte del paisaje, tanto que uno se los encontraba de sopetón cruzando una esquina o saliendo de un callejón cargados con leche, granos, frutas y leña, o cuando más, con materiales de playa para el sector de la construcción.
Era tal su guapeza, que en épocas de invierno los arrieros que venían del campo a la ciudad a traer sus cosechas, reemplazaban por unos días su recua de mulas y caballos por estos fornidos bovinos, pues bien es sabido que son unos todo terreno para andar entre el barro, dado su corpulencia y su gran pezuña (dividida en dos partes), lo que les proporciona una mayor estabilidad en los terrenos húmedos, flojos y sueltos; igualmente por su gran contextura, eran considerados como unas “lanchas” para pasar quebradas y ríos como El Tonusco, que así estuviera crecido, pasaban de orilla a orilla derecho y sin doblarse por la corriente, tal y como lo narra el historiador Herminio Vélez.
Recuerda que gratos fueron los tiempos cuando el buey era valorado y mostrado con orgullo en el gran desfile del 22 de diciembre que abría la tradicional fiesta de los Diablitos.
En la retina de muchos santafereños quedó grabada esa repetida escena, cuando encima de su lomo cabalgaban bellas damas vestidas con trajes típicos, llevando con donaire en su cabeza una clavellina, la flor típica de Santa Fe de Antioquia.
HOMENAJE PERENNE
Más todo en la vida tiene su ciclo de esplendor y decadencia, y eso precisamente es lo que ha sucedido con la muerte de Gerardo, el último de los grandes de esa especie cargadora, quien después de vivir un cuarto de siglo entre calles, mangas, fangos y ríos, hoy yace plácidamente enterrado bajo la sombra de un árbol de mango en la bucólica finca Andalucía, muy cerca del río Tonusco.
Allí recibió digna sepultura y su carne no se dejó a los gallinazos como acostumbran en otras partes, tal y como lo expresó Jorge Humberto, su tenedor, quien sin duda ha sido la persona que más ha llorado y sentido la ausencia del gran Gerardo.
Con la pena aun fresca por la perdida, aun no tiene claro si lo reemplazará por otro; “criar otro buey no es muy difícil, solo es cuestión de escoger un buen novillo, castrarlo, amansarlo y listo”.
Al sopesar el tono de resignación con el que lo dice, uno pensaría que en el fondo siente que ya no es tan necesario sustituir a Gerardo, pues ya otros medios de transporte más eficientes y económicos han suplantado la fuerza para el trabajo que siempre ha caracterizado a esta clase de bovino; si algún día se necesitara uno, algunos pensarían que sería más para preservar y recordar con algo de nostalgia, la memoria de un icono de la agricultura rudimentaria que durante varios siglos soportó en gran parte el peso del desarrollo económico que tuvo Santa Fe de Antioquia y otras comarcas, sobre todo en la primera mitad del siglo pasado.
Ojalá que algún día se pueda hacer realidad el sueño del inolvidable pintor santafereño Plinio Brand Ibarra (Q.E.P.D), quien entre sus obras dibujó un monumento zoomórfico en homenaje a los mansos bueyes de nuestra tierra, ejemplo de tenacidad y laboriosidad, monumento que podría instalarse en un parque, un bulevar, o en un malecón como el que se proyecta en el río Tonusco.
Adiós pues al gran Gerardo y a toda la bueyada, que con yunta o sin yunta, con carga o sin carga, con sol o con lluvia, escribieron con sus pesados cascos, faenas y páginas memorables desde la época de la colonia hasta nuestros días.