Se dice que Medellín es la capital de la montaña, aunque en el Occidente antioqueño, Peque sostiene que la verdadera capital la tienen ellos por la gran cadena montañosa que los circunda.

Pero no nos dé envidia, porque Santa Fe de Antioquia es acunada en sus costados por las cordilleras central y el occidental, y más allá de miradores naturales como Llanadas u Horizontes, nosotros tenemos un mirador que poco se ha conocido y explorado.

Se trata de la vereda Cativo, situada a media hora de la zona urbana de Santa Fe de Antioquia, en la vía a Urabá, vereda que goza de un clima primaveral, gracias a sus 1.650 metros sobre el nivel del mar.

Por su privilegiada situación geográfica, ya que se explaya en la cima de un filo, el residente o el visitante puede mirar a lado y lado de una fenomenal vista de montañas, donde no solo se observan otras veredas cercanas a la Ciudad Madre, sino pueblos distantes como Giraldo, Liborina, Olaya y Sopetrán.

No obstante la cereza que se le pone a esta pastel lleno de paisajes, es el morro donde está el cementerio, no tanto por la belleza del campo santo, como sí por la hermosa vista panorámica que desde allí se puede divisar en un ángulo de 180 grados.

POTENCIAL TURÍSTICO

De verdad que el alma se hincha y se deleita observando la magnificencia de las montañas que acunan los pueblos y veredas del Occidente antioqueño, y más desde un lugar tan sagrado como el cementerio de Cativo.

Si bien para algunos residentes este sitio por la costumbre es “solo paisaje” como se dice, hay cativeños que ven en este mirador un potencial destino turístico; tal es el caso de Jorge Mario Graciano Urrego, quien afirma que desde la Secretaria de Turismo del Municipio, o desde alguna corporación o agencia turística, se podría implementar una ruta ecológica hacia esta vereda para que muchos puedan apreciar, no solo las inmensas montañas que lo envuelven, sino la cantidad de flora y fauna que lo rodea.

Así es Cativo, población rural que en pocos años con la construcción de la nueva vía al mar, volverá a estar aislada del flujo vehicular, tal y como ocurrió hace más de 30 años (antes del nuevo trazado de la vía al mar) cuando el único modo de transporte era subir a pie o en bestia a su hermosa y estratégica cima.