Por Iván de J. Guzmán López. | Periodista – Escritor
Hay, en mi Santa Fe de Antioquia, un parque encantado. Está a escasas dos cuadras del Parque Plaza Mayor Simón Bolívar.
Hace tiempo que quería escribir sobre este parque encantado, cuyo marco no podía ser más aristocrático y bello en medio de su humildad y su belleza.
A su cabecera, como una reina ataviada con la mejor de sus prendas, está la Iglesia de Nuestra Señora de Chiquinquirá, un templo discreto y santo, de estilo neoclásico con detalles barrocos, que data de 1868, y que en cada Ave María canta la grandeza de un pueblo que definitivamente no puede olvidarse de Dios.
A su margen izquierda se encuentra el Palacio Arzobispal, una extensa muralla que mira de frente a las vendedoras de frutas, todas ellas herederas de una antigua casta de mujeres que tenían el don misterioso de los colores y el aroma de las frutas en las manos sarmentosas; las mismas manos que amasaron en un tiempo el pan, y que hacían que el aire fuese nuevo cada día, conservando el olor de las cosas idas y cuidando que conservaran el don misterioso de ser amadas por siempre. A su margen derecha están alineados los estipendios de dulces, helados, comidas, y cosas cercanas al paladar y al amor.
Cerrando su marco amoroso, está el Hotel Mariscal Robledo, mirando, desde 1946, a ese parque encantado. Sin duda, guardián de lujo es este hotel de estilo colonial, que tiene la discreción, la cultura y la calidez de su anfitrión don Alonso Monsalve Gómez, y que dispone en su interior de un jardín tropical, amplios y evocadores espacios, habitaciones acogedoras con aire acondicionado, piscina, spa, sala de masajes, zona de aromado café, y una biblioteca maravillosa, dotada de 14 mil volúmenes, capaz de complacer al espíritu más elevado, pues sus libros son cuidadosamente seleccionados y puestos a disposición de visitantes e hijos de la Ciudad Madre con toda facilidad y gusto.
Este parque encantado recibe el nombre de la Plazuela Martínez Pardo o Plazuela de la Chinca, hipocorístico cariñoso que el pueblo le dio en honor a su guardiana, la citada Iglesia de Nuestra Señora de Chiquinquirá. En su centro se encuentra un monumento bifronte y que rinde honores, en una de sus caras, a la mujer indígena; en su otra cara, a la mujer española. Y en su cumbre, a la imagen del Mariscal Jorge Robledo, fundador de la ciudad, el 4 de diciembre de 1541.
Al placer que produce su belleza, que es sólo un placer contemplativo, debemos agregarle el que da el ingenio, el de la creación, el puramente intelectual que se regodea con el alma; el que le agrega el poeta con su estro de amor y esencia. Y es que don Alonso Monsalve (alma y nervio del soberbio e histórico hotel Mariscal Robledo), se dio a la tarea del cuidado y conservación del parque, pero también del sembrarlo de poemas escogidos de entre la abundante cosecha del cantor de la raza, valga decir, de nuestro poeta Jorge Robledo Ortiz.
Es así como, a pocos pasos del hotel, se goza de un poema llamado Maternidad, y que florece en el alma de los visitantes. a la vez que lo hace el curazao. Dice así, el poema:
Un arrullo de sangre por las venas.
Un cansancio de luz en las pupilas,
un escozor de ala en las axilas
y en la carne un preludio de azucenas.Un lento madurar de horas y penas,
sordo río de noches intranquilas,
y en el simple silencio en que te exilias,
buscar los senos y encontrar colmenas.Sentir más cerca la razón del nido.
Pulsar toda la espera en un latido,
analizar la curva en las corolas,y escuchar que tu angustia se convierte
en un llanto que triunfa de la muerte
sobre un encendimiento de amapolas.
Vecino, está sembrado otro poema, titulado Siempre tú; y más allá está Espera; a unos pasos, encontramos La mujer imposible; después leemos Tentación; a la vista aparece Vámonos corazón, para avivar la tristeza del enamorado, perdido en las llamas de la incomprensión y el abandono:
Vámonos, corazón, hemos perdido,
ya nunca espigarán tus ilusiones.
Recoge tu esperanza y tus canciones
y partamos en busca del olvido.Vámonos, corazón, ya tu latido
sólo podrá contar renunciaciones.
Guarda su nombre con tus oraciones
y si debes sangrar, sangra escondido.Vámonos, corazón, tu fe no existe.
Al fin y al cabo tú naciste triste
y triste en cualquier puerto morirás.Vámonos, corazón, ya no la esperes.
Bendice su recuerdo si así quieres,
pero marchemos sin mirar atrás.
El Parque de la Chinca, es un parque sembrado de Jorge Robledo Ortiz; es un parque encantado; un parque de luces y de aromas; de flores y recuerdos; de helados y nostalgias. Un parque que florece al cuidado de instituciones vestidas de nostalgia y años, de tiempo y de olvido, de recuerdos y luceros, de mujeres con olor a maternidad, de hombres que vieron el despuntar de una Antioquia grande, de una Antioquia sin genuflexiones, de un pueblo de hombres libres, de “Una raza que odiaba las cadenas, y en las noches de sílex ahorcaba los luceros y las penas de las cuerdas de un tiple”.
Dichoso aquel que visite a mi Santa Fe de Antioquia, porque va a encontrar, en medio de una ciudad de piedra y calicanto; en medio de una ciudad de historia viva, ¡un parque encantado!