Esta fue la nota ganadora del concurso de crónicas que promovió en el mes de diciembre la Secretaría de Turismo y Fomento Cultural de la Alcaldía con el apoyo de la Fundación Fiesta de los Diablitos, todo con el fin de preservar la memoria histórica de los festejos más antiguos del departamento de Antioquia. En esta crónica se consigna uno de los tantos pasajes y anécdotas que se suceden al interior de los tradicionales desfiles del 22, 28 y 29 de diciembre, los días en que alma “diablesca” sale más a flote.

Emperifollada de los pies a la cabeza, o lo que es lo mismo desde las cotizas hasta el capirote, Nubia Amparo salió festiva de su casa en el Llano de Bolívar rumbo al barrio Buga. Brincaba y movía con soltura la capa roja de lado a lado, saludando a todo conocido con aquel pícaro y juguetón estribillo de: “Uuuuuu…, no me conoce, no me conoce…”.

El sol de ese 22 de diciembre de un año perdido ya en el recuerdo, hizo que llegara enjuagada de sudor a la glorieta de Riobamba, ese acostumbrado sitio de partida del gran desfile inaugural de la Fiesta de los Diablitos de Santa Fe de Antioquia. Había llegado sola, pues era la primera vez que se metía en ese “alboroto”, o en esa “arrechera” de la que tanto le hablaban en el pueblo, donde no había nacido, pero en el que creció con su familia.

Allí, en la famosa glorieta donde antaño los nobles de la vieja comarca se recreaban con sus sainetes en tardes domingueras, todo era una alegre alharaca en la que bullía ese espíritu fiestero, tan propio de los diciembres finales en la llamada Cuna de la Raza. Fue así como en medio de ese caluroso ambiente, todos fueron tomando posición antes de desfilar con sus comparsas y carrozas por la emblemática Calle del Medio, al ritmo de las pintorescas papayeras y conjuntos vallenatos, que de principio a fin suelen animar la juerga mayor de los llamados “Caratejos” de la ciudad de Antioquia, una ciudad donde la fiesta casi todo el año hace parte del paisaje cotidiano.

Y ahí, en medio de toda esa marejada de sonidos, colores y risas estridentes, estaba radiante Nubia Amparo, dispuesta a darlo todo como la “diabla” que era. Valga decir que antes de la salida fue a comprar una bolsa de agua para aguantar el bailoteo de más de 20 cuadras, pues escuchó que el desfile terminaría en el barrio Santa Lucía, en la otra entrada del pueblo.

Al levantarse la máscara para refrescarse y beber un poco de líquido, un disfrazado la invitó cortésmente para que se uniera a la comparsa del Llano, invitación que sin vacilación aceptó gustosa. Como es apenas natural en esta singular fiesta de disfraces, nadie sabía quién es quién, pero eso era lo de menos, pues la magia del diablito santafereño está en esconderse detrás de esa careta de papel e inventarse toda clase de travesuras, tal y como lo mandan los cánones diablescos de la Santa Fe de Antioquia.

Pese a la casi uniformidad de la vestimenta compuesta por capirote, máscara, camisilla, bombachos, guantes, capa, medias y cotizas, hubo un diablito al que le puso el ojo desde un principio. La elegancia al andar, el gesto noble, y sobre todo su alegría al danzar y batir la capa, le hicieron decir en su interior: “Guauuu… este va a ser mi diablito en el desfile”. Y a fe que así sucedió, pues con la mirada sobresaltaba sobre la máscara lo atrajo finalmente, tanto que lo obligó a destapar la media de ron que guardaba en la pretina de su disfraz, aunque más parecía un frasco de candela por lo paliducho del color.

Sucedió entonces que sin mediar palabra para no ser descubierto por el timbre de su voz, el galante diablito le extendió la botella para que sorbiera el primer ron. Lo que vino después fue una frenética carrera de danzones, abrazos y hasta coqueteos. Y si en el primer trago le cogió la mano, al segundo ya la arropaba con su extensa capa, cómplice de besos sobre la colorida tela de satín.

En esas estuvieron cuadra a cuadra, esquina tras esquina, aumentando la ilusión de un final que querían feliz. Al término del desfile en Santa Lucía, cuando todos van y vienen con el pelo encanado de maicena, y los disfraces oliendo a sudor y licor, ambos se prepararon ansiosos para el esperado instante del develamiento, pero una imprudencia vial les apuró ese decisivo momento: una motocicleta que salió a toda velocidad de un callejón sin avisar, embistió e hizo volar por los aires al hombre diablo, quien cayó justo en la mitad del pavimento.

”Hirieron mi diablito…, cójanlo…cójanlo…”, alcanzó a gritar Nubia Amparo, quien del susto se quitó la máscara para auxiliarlo en medio del estupor que produce ver casi muerto al protagonista de una fiesta. Como pudo se armó de valor y lo primero que hizo fue quitarle el abultado capirote que era dominado por una figura de paloma blanca. Después con algo de temor, pero también de curiosidad por conocer al fin el rostro de su enigmático hombre, le fue quitando con cuidado la tradicional máscara rosada de señorita, hasta que su identidad quedó plenamente develada.

Al observar el áspero e inesperado descubrimiento, resolló desconcertada expresando entre risas y asombros: “Cómo así Dios mío…, ¿qué pasó aquí…?, y yo que pensé que este era un macho, pero por lo que veo me tocó bailar con una vieja, de todo pensé menos estar coqueteando con Isabel “La Puñaleta”.

Pero su pareja no se quedó atrás, y sacando fuerzas de donde no tenía, le soltó una retahíla de palabrejas que hicieron reír a más de uno en medio del accidentado cuadro: “…Alá mujer… y yo que venía toda contenta pensando también que vos eras un hombrote y mirá con lo que me saliste: un diablo con arepa, y lo peor es que me pasé de pendeja gastándote ron; ¡ehh… como perdí mi tiempo con vos hijuemadre”, alcanzó a balbucear “La Puñaleta” antes de caer desmayada sobre el asfalto, quién sabe si por el guarapazo que le dio la moto, por la borrachera que tenía, o por el desilusionado destape.

Así termina una de las tantas historias que se suceden en una ciudad bautizada como Santa Fe, pero paganizada por su espíritu calentano y carnavalesco, el mismo protagonizado por este par de diablitas, quienes alegremente se aventuraron a encontrar a su diablito macho, sin un final feliz.