Por Iván de J. Guzmán López.

Una de las frases más bellas de escritor alguno, la debemos al poeta austriaco Rainer Maria Rilke, cuando afirmó que: “la verdadera patria del hombre es su infancia”.

¡Nada más cercano al hombre que su infancia! En efecto: durante esta etapa de la vida es cuando se forma nuestra noción de hogar, de ciudad; se moldea el carácter, la sensibilidad y la visión estética del mundo. Allí se afincan nuestros recuerdos, los sueños que nunca nos abandonan por el resto de la vida, y por ello sobreviven el amor por la tierra, o la nostalgia, si vivimos fuera.

Particularmente, desde los 3 meses de edad, cuando mis padres me llevaron a vivir a la Ciudad Madre, sentí su aroma de nísperos y tamarindos, su hidalguía de calles empedradas, de casonas inmensas y bellas, de románticas ventanas arrodilladas, de personas (humildes o acaudaladas) con una cultura y un don de gentes que luego me parecieron del más rancio abolengo, muy a la manera del castellano viejo que leí en bellos libros de los más connotados cronistas españoles.

Hoy, con esa Santa Fe de mis primeros años en el corazón, siento nostalgia y pena de la Santa Fe de hoy, con sus calles convertidas en parqueaderos públicos, su parques ultrajados con ruido espantoso de tarimas no sé financiadas cómo; y la calle real (antes de piedra y andenes de adobe y jardines de clavellinas en flor), ahora convertida en asfalto tirado sin planeación alguna, sin aceras para el peatón, ocupadas por cachivaches y casas apiñadas sin planeación y sin respeto alguno por la ciudad histórica.

En su página de Wikipedia, dice claramente que “Santa Fe es monumento nacional por su admirable y hermosa arquitectura de la época colonial; posee 7 iglesias de belleza e historias preciosas, y una gran cantidad de casas de los siglos XVI, XVII y XVIII. Hace parte de la Red Turística de Pueblos Patrimonio de Colombia, una iniciativa del Ministerio de Comercio, Industria Y Turismo, con el apoyo del Ministerio de Cultura y ejecutada por el Fondo Nacional de Turismo, FONTUR, que busca potenciar el patrimonio cultural colombiano, material e inmaterial, usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas transmitidas de generación en generación, para su valoración y proyección mediante el turismo y generar más oportunidades de desarrollo y sostenibilidad en sus comunidades”.

Bello y admirable es el párrafo anterior, pero de ahí no pasa. Nuestra Santa Fe, a mi modo de ver, hoy, necesita de quién sea capaz de gestionar tanta belleza, ante los rimbombantes ministerios citados y ante la gobernación de Antioquia que, al parecer, no se ha dado cuenta que fuimos capital del departamento, cuna de insignes antioqueños, tierra del hermoso Puente de Occidente y, hoy, Monumento Nacional.

Parece que muchos de sus alcaldes poco saben de turismo para la sostenibilidad y el desarrollo de sus comunidades; pareciera que de nuestra Ciudad Madre no tienen mayor conocimiento de su potencial turístico en materia de su geografía, ubicación, gastronomía, cultura, arquitectura, y en general, del tesoro turístico para mercadear profesionalmente ante Colombia y el mundo.

Pocas ciudades en Colombia pueden mostrar tantas y hermosas construcciones de los siglos XVI, XVII y XVIII; bellos templos de los siglos XVII y XVIII, como la Catedral Basílica de la Inmaculada Concepción, de estilo neoclásico renacentista y construida entre 1797 y 1837, hoy conocida por su ornamentación y por la galería de arte de la sacristía, dedicada a la Virgen María bajo la advocación de la Inmaculada Concepción; la Iglesia de Santa Bárbara, la iglesia de Nuestra Señora de Chiquinquirá, la Iglesia de Jesús Nazareno cuyo edificio data de 1828; la Iglesia de San Pedro Claver construida en 1889; la Capilla de San Juan Nepomuceno y la Iglesia de San Martín de Porres.

Adicional, un hotel de gran belleza como El Mariscal Robledo, con excelente servicio y una biblioteca única y exquisita; la histórica Casa del Niño Dios; La casa de las dos palmas, donde se recreó una de las novelas de mi maestro Manuel Mejía Vallejo; la joya arquitectónica e ingenieril que es el Puente de Occidente, el Palacio Arzobispal, la plaza Juan del Corral, el monumental Museo de Arte Religioso y su impresionante colección de arte rivalizando con museos capitalinos y payaneses; su río Cauca y su río Tonusco, que se juntan al pie de la ciudad para cantar a dúo con Jorge Robledo Ortiz, en música y poemas hermosos que hacen alabanza de la raza.

Esperemos, al finalizar el año 2023, la llegada de un nuevo alcalde que sí quiera a la ciudad, que conozca las claves del turismo y el potencial extraordinario de Santa Fe, para que fluya un turismo que admire sus virtudes y guste de su clima, su gastronomía, sus ríos, sus personajes célebres y forjadores de su historia; su espléndido arte religioso, sus frutas deliciosas, sus calles empedradas y su aire soñador. Triste ver el turismo de chanclas, de cosquilleo, de parrandas, de francachela y de circo, que ahora vivimos.

Santa Fe de Antioquia (corazón de nuestro Occidente Medio), por su historia, su cultura, su religiosidad, su arquitectura y sus gentes, reclama por un turismo mercadeado profesionalmente, respetuoso de sus tradiciones, de su ecología y de su esencia, para bien de la comunidad, de la ciudadanía, y de su ser llamada con justicia: la Cuna de la Raza.