El Fondo de Escritores Merceditas Gómez Martinez publicará a finales de este año su nuevo libro titulado, “Santa Fe de Antioquia: colores, versos y melodías”, una compilación que reúne tres conceptos artísticos en uno: pintura, poesía y música.

Y es que la publicación de 180 páginas reúne la mayoría de pinturas, poemas y composiciones que han honrado la historia y la belleza de la Ciudad Madre, urbe que el pasado 4 de diciembre cumplió 480 años.

La nueva obra compilada por el periodista Juan Carlos Sepúlveda S, director del periódico El Santafereño, saldrá a la luz pública este jueves 30 de diciembre.
Con “Santa Fe de Antioquia: colores, versos y melodías”, la cultura bibliográfica de la ciudad del Tonusco se vuelve a engalanar con sus mejores trazos artísticos.

A continuación compartimos su supresentación:

480 AÑOS DE UNA CIUDAD INSPIRADORA

Santa Fe de Antioquia es una de las ciudades de Colombia más escritas, cantadas y pintadas, tanto así que el compositor Héctor Ochoa Cárdenas en su emblemática canción a la Cuna de la Raza en sus 450 años, afirmaba que ya comprendía por qué la amaba tanto el pincel y por qué la Catedral era una oración de acuarela.

Y es que solo basta sentir el sol que la alumbra, hechizarse con el cielo que la cubre, admirar las montañas y ríos que la circundan, recorrer sus calles en piedra, sentarse en los parques a la sombra de un bienmesabe y entrar a sus casonas y templos donde se vive y ora, para entender que es una tierra inspiradora que enamora hasta el más insensible visitante.

Y son precisamente las bellas artes y sus artistas, los catalizadores de esas emociones que a través de los tiempos han pretendido enaltecer la genuina belleza de una villa que siempre luce autentica, sin artificios ni maquillajes, pese a los intentos de desconfiguración de algunos reformadores contemporáneos. Bien lo describe el profesor Juan de la Cruz Metaute, cuyos poemas y canciones engalanan las páginas de este libro: “Santa Fe de Antioquia, eres novia de la historia y un pincel viejo te pinta”.

Valga decir que la del Tonusco, no solo lleva la honra de guardar la génesis histórica de lo que hoy llamamos Antioquia, (ciudad que por su generosa influencia le dio el nombre al departamento), sino que por su ubicación geográfica y su configuración urbanística y arquitectónica, es una de las urbes más antiguas y mejor conservadas de nuestro país, atributos que le valieron hace 61 años el título de Monumento Nacional, y más recientemente en el año 2010, el de hacer parte de las 18 poblaciones que integran la Red de Pueblos Patrimonio de Colombia.

Por ello quienes nacimos y hemos vivido en Antioquia la vieja (como se le conocía antaño a esta urbe robledana), gozamos del privilegio, no solo de ser originarios de Antioquia, Antioquia, y de tener el honor de la doble antioqueñidad, sino por regocijarnos día a día con las lunas y las mieles de una ciudad que engolosina el espíritu y se deja querer en toda su extensión.

Por ello cantemos al unísono con el poeta santafereño Julio Vives Guerra cuando expresa: “¡Santa Fe de Antioquia, Dios te salve anciana!, ¡Quiera Dios que siempre tu cana nimbe fulgurante tu gloria ancestral! ¡Quiera Dios que siempre seas, como ahora, reina y adorada, amada y señora!”; y a la vez entonemos con nuestro vate de la raza Jorge Robledo Ortiz aquel poema que dice: “¡Santa Fe de Antioquia, ciudad del recuerdo, nudo de nostalgias en el corazón, sillas donde mece nombres el silencio, y la gota de agua, desde el tinajero, supliendo al vencido y arcaico reloj!”.

Pero tanta es la admiración y veneración que despierta la tonusqueña ciudad de los diablitos, que destacadas plumas de otras latitudes le han dedicado excelsas loas a este territorio; o sino que lo diga el recordado escritor e historiador bogotano, Germán Arciniegas, cuando en su famoso elogio de la Ciudad de Antioquia señala: “¡Aquí está la dulce paz de Antioquia, en este patio de las tinajas, en este rincón que evoca las grandezas y aún las conserva intactas; rincón que guarda y que vigila un silencio sereno de nobleza, un silencio macizo de dignidad. ¡La sombra de los almendros y de los icacos, la sombra fresca de los limoneros que tienen el encanto de la juventud inextinguible!”.

Y ni que decir del renombrado filólogo donmatieño Luis López de Mesa, quien en su conocida e icónica: “Elegia a la Ciudad Madre” escribe: “¡La vida moderna palpita hosca en otros recodos de la cordillera andina; aquí el pasado defiende el último símbolo de la vida arcaica... Y es bella así la pálida ciudad, silenciosa y mustia, donde se oye el susurro de la arboleda, y el paso de los arroyos bajo la luz plenilunar. ¡Es bella así y augusta la Ciudad Madre, la Mater Urcos de mi raza!”.

Es por ello y por muchas más razones que este libro se justifica, pues nuestra actual generación desconoce todo lo que esta comarca ha inspirado a pintores, poetas y compositores, y que mejor motivo para hacerlo que en el marco de los 480 años de fundación de nuestro insigne terruño, digno de todas las aclamaciones.

Seguramente en los años venideros, muchos cultores de las bellas artes continuarán ensalzando a la casi cinco veces centenaria ciudad de las palmeras y los tamarindos, solo que por ahora como notarios de la historia de nuestro tiempo, nos corresponde dejar inventariado todo cuanto ha honrado la grandeza y la belleza de este pedazo de cielo en la tierra que nos tocó por ventura.