Por Iván de J. Guzmán López | Periodista – Escritor.

A veces, por una afortunada casualidad, o la bonhomía de algún amigo, llega a nuestras manos un buen libro, que en todos los casos se convierte en puerta de entrada a una buena obra, a un mundo o a un universo. Tal es el caso del libro De mis entrañas, de nuestro colega periodista Juan Carlos Sepúlveda S., un habitante de día y de noche de nuestra querida Santa Fe de Antioquia, nuestra Ciudad Madre. Y digo que habitante de día y de noche, porque primero es periodista de todas las horas y, segundo, es poeta sin tiempo; poeta de la mañana, poeta de la tarde; poeta de la noche, poeta de la madrugada.

Su libro es una provocación a recorrer el mundo. Un mundo que para mostrarse no necesita ir más allá de la Calle mocha o la Calle de la amargura. Un mundo que está en cada Ventana arrodillada, en cada piedra, en cada iglesia y en cada pañoleta que colorea al aire el alma santafereña.

El libro de Juan Carlos, a no dudarlo, es de sus entrañas; todo lo del poeta es de sus entrañas, porque es en el alma donde se cuece su sentir hecho palabras, hecho oraciones, hecho cantos. En De mis entrañas, mediante un lenguaje fluido, sencillo y emotivo, el poeta hace una crónica de la vida de su pueblo, de su corazón, de su alma, de sus sueños, de sus entrañas.

Hay un poeta en Santa Fe de Antioquia. Es lo que colijo cuando leo su libro, bien encuadernado, pulcramente editado y con una carátula sugerente y bien lograda. Un poeta en Santa Fe de Antioquia, es Juan Carlos Sepúlveda S., cuando habla de hombres cuya soledad va más allá de la vida y de la muerte. En Aburrición, dice:

“Mi muchacho…
Que juventud tan corta la que tuve
y que vejez tan larga la que tengo…”,
se lamentaba el veterano “Catalino”
antes de morir.
Las cosas que con celo guarda nuestra rancia Santa Fe, en su memoria de años dormidos en el tiempo; las cosas elementales donde cantó la vida y se aguardó la muerte, están presentes en poemas como Madera Fina:
En esta heredada cama
donde alguna abuela desveló su viudez,
libra otro turno el amor.
Entre sus sabanas
que fraguaron varias generaciones,
la libido volvió a verter sus lechosos hilos.
¿Guardará esa madera algún secreto
para resistir las embestidas de la carne
o la mordida del comején?
Acaso sea el comino crespo
tallado con paciencia
por el honrado carpintero.

Poeta de lo que el mundo ofrece a la sombra de un almendro, un tamarindo, o un tejado; de lo hermoso que el mundo entrega o acaso de la urgencia de la carne. En A distancia, un poema sugerente, breve y esbelto, de apenas cuatro versos, dice:

Con la boca echa agua,
muerde con fiereza
esa fruta entre los dientes
mientras contempla los escotados pechos.

La poesía, en términos muy sencillos, es la más depurada manifestación estética del ser humano. Por medio de la palabra, cobran vida los sentimientos, las emociones y las reflexiones, y se presentan al mundo revestidas de un fino tul de figuras, sentimientos y colores para cantarle al amor, a la vida, a la muerte, a la piedra, al árbol, al dolor, a la cama, a las flores, a la juventud que se va y al dolor que no cesa.

Poeta de día, poeta de noche. He ahí la labor, el duro trabajo del poeta; he ahí el hermoso trabajo del poeta, cuya tarea es encontrar la belleza en lo más anodino, en lo más sencillo, en lo más inesperado. En la vida toda.

Celebremos pues el hecho feliz de que hay un poeta en Santa Fe de Antioquia, un poeta para rato, que agrega poesía a mi Santa Fe de Antioquia y que acompaña de día y de noche a mi siempre presente poeta de la raza, a Jorge Robledo Ortiz, poeta de luceros y de amaneceres.

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