Por Iván de J. Guzmán López.

Periodista – Escritor
Miembro Correspondiente de la Academia Antioqueña de Historia y Expresidente del Círculo de Periodistas de Antioquia.

Jorge Robledo Ortiz, es el alma de nuestra Santa Fe de Antioquia. Es poeta de luz, de amor, de hidalguía; poeta de ternura, de silencios y de queja; poeta de sílex y de estrellas; poeta de arrieros, de labriegos y añoranzas; poeta de pies cansados; poeta de nostalgias y dolor de patria; poeta de la raza. Este es Jorge Robledo Ortiz, el poeta que, en su autobiografía, resume su obra y su gloria en dos párrafos que finalizan con la palabra amor; el amor que forja, el amor que construye, el amor que crea, el amor que busca la excelsitud; ¡el amor que duele lo mismo en todas partes!:
“Nací un 30 de septiembre en Santa Fe de Antioquia. Mi primigenia casa fue grande, llena de tradiciones y recuerdos. Mis padres: Félix Robledo Villa y María Ortiz Villa, me arrullaron el corazón con las brisas frutales del río Cauca y del Tonusco. Ellos me enseñaron que la vida vale por la honradez y me dieron once hermanos para que no creciera sola mi nostalgia.
Estudié mis primeros años donde los Hermanos Cristianos. Luego obtuve el cartón de Bachillerato donde los Jesuitas (Colegio de San Ignacio). Cursé algunos años de ingeniería y después periodismo y humanidades en el Instituto Hispánico de Madrid. Viajé por varios países oyendo lenguas ajenas, e idénticas amarguras. ¡El amor duele lo mismo en todas partes!”.

Poeta de Luz, de amor, de Hidalguía, cantando los valores de un pueblo, de una tierra, de una raza y de una época, que le fueron entrañables a su vida, a su sentir y a su espíritu; que le dolieron en lo más íntimo del alma, al otear “el vergonzoso eclipse” que vivimos.
En Siquiera se murieron los abuelos, expresa con visible dolor:
“Hubo una Antioquia grande y altanera. / Un pueblo de hombres libres. / Una raza que odiaba las cadenas, / y en las noches de sílex / ahorcaba los luceros y las penas de las cuerdas de un tiple.

Siquiera se murieron los abuelos / sin ver como se mellan los perfiles.
Hubo una Antioquia sin genuflexiones, / sin fondos ni declives. / Una raza con alma de bandera / y grito de clarines. / Un pueblo que miraba a las estrellas / buscando sus raíces.
Hubo una Antioquia en que las charreteras / brillaban menos que los paladines. / Una tierra en que el canto de la cuna / adormecía también a los fusiles. / Una raza con sangre entre las venas / pero sin sangre negra en los botines.

Siquiera se murieron los abuelos / sin ver los cascos sobre los jazmines.
Hubo una Antioquia en que las hachas eran / blasones de la estirpe. / una tierra de granos y de espigas, / de cantos y repiques. / Una Antioquia de azules madrugadas / y tardes apacibles.

Siquiera se murieron los abuelos / sin sospechar el vergonzoso eclipse. / (…)
Siquiera se murieron los abuelos / con esa muerte elemental y simple”.
Poeta de ternura, de silencios y de queja, es lo que se halla en su hermoso poema Adolescencia:
“Ya no eres una niña. / Ya la vida te ha enseñado a fingir. / Ya no es sencilla y simple tu 'balaca' / De seda azul turquí.
Las trenzas, que tenían la estatura / De tu propio candor, / Cedieron su lugar al caprichoso / Peinado del amor.
Ya se inicia en tus Ojos algo triste. / No son aquel cristal / Donde se reflejaba tu pureza / Cuando ibas a rezar.
La muñeca de garzos Ojos claros / Y cuerpo de cartón, / Ya no escucha el arrullo de la sangre / Cerca a tu corazón.
El delicado delantal de lino / Que te vistió de mayo la niñez, / Ya no alcanza a cubrir tanta primicia / En plena madurez.
Ya sabes la razón de muchas cosas / que debiste ignorar. / Ya comprendes que el beso entre los labios / Ha cumplido tu edad.
Algo mata tus simples alegrías. / Algo acecha en tu sangre la virtud. / Ya sientes que la curva es casi un grito / Que da la juventud.
En tu cuerpo la vida está cantando / El salmo del amor. / Bajo la enredadera de tus venas / Está de ronda el pálido Pierrot.
Ya sabes que el Crepúsculo es la historia / De una gran soledad. / Ya casi compadeces a la luna / Por su virginidad.
La inocencia que hablaba en tu silencio, / Hoy se calla en tu voz. / Ya comprendes que basta una mirada / Para romper las fuentes del rubor.
Ya sientes que en la fragua de los ojos / Se quema la oración. / Ya sabes que al final de cada lágrima / Está esperando Dios.
Tú misma no te explicas qué proceso / o qué fuerza vital, / Sacude tu pequeña anatomía / Con fuerza de huracán.
Cuando escuchas el llanto de un pequeño / Tiembla tu castidad, / Y sientes que en la curva de los senos / La leche niña quiere despertar.
Ya cumpliste quince años. Ya la espina / Toma parte en la historia del rosal. / Ya escuchas las pisadas de una pena / Siguiendo tu cantar.
Ya no eres una niña. Tu 'balaca' / De seda azul turquí, / Sueña en los diminutos escarpines / Que teje el porvenir.
Ya entiendes la razón de muchas cosas / Que debiste ignorar. / Ya sabes que en el beso se prologa / Toda maternidad.
Tú misma no te explicas el proceso / De esa fuerza vital. / Sólo comprendes que al cumplir quince años / Dan ganas de llorar.
Y aunque en tus labios lucha castamente / La sencilla oración, / Algo te dice que la paz del alma / Se quedó en la muñeca de cartón”.
Y sí que le dolió el amor, a nuestro poeta: el amor que se deshace en ternuras, en metáforas y en imágenes de desamor. En su soneto, Gracias a Dios, confiesa:
“Te recuerdo, pequeña, con un amor tan puro / Tan simple, tan sencillo, tan cerca al corazón, / Que estando en esa espina clavado mi futuro / ¡Le doy gracias a Dios!
No he podido olvidarte. O tal vez, no he querido / ¿Para qué iba a olvidarte si tú fuiste el amor? / No me culpes, pequeña, por el no hallar el olvido / ¡Le doy gracias a Dios!
Tu recuerdo me duele. Pero es casi alegría / Cuando sangra en el tallo de mi vieja canción / Y por esta nostalgia que es tan bella y tan mía / ¡Le doy gracias a Dios!
No me quejo de nada. No reprocho al destino / Que me hubiera quitado mi rayito de sol / Si a pesar de quererte seguí solo el camino / ¡Le doy gracias a Dios!”
Poeta del amor que es queja, y es dolor, y es llanto. En Soneto abierto, dice:
“Esta paz ya es calvario, la patria ya no es patria, / Este amor que nos mueve es un amor vacío, / Ya el cielo de los pueblos no se baña en el río / Ni le reparte trinos a la vieja campana.
Ya no hay calor humano en la humilde cabaña / Donde el fogón y Cristo agonizan de frío, / Ya el camino no llega sin sangre al caserío / Ni el pan llega a los hijos sin su ración de lágrimas.
Esta patria nos duele en la sangre, en los huesos, / En las cenizas de los padres, en las cometas de los nietos / Y en la savia que huye escondida del sol.
Nos cambiaron la patria, amigo presidente, / Y, aunque no lo admitamos, ya comprende la gente / Que mientras perdonamos nos secuestran a Dios”.
Poeta de sílex y de estrellas; poeta de arrieros, de labriegos y añoranzas: nos lo recuerda su soneto El Vendedor de nostalgias:
“Vendo un río sin música en el agua / y un camino sin cantos de arriería / vendo el cansancio inútil de una enjalma / y un cóndor con las alas de rodillas.
Vendo en la ruta de Sonsón - Quimbaya / la huella de una estirpe fenecida. / vendo el eco oxidado de las hachas / y el voto de obediencia de una orquídea.
Vendo mi corazón… ese obsoleto / artefacto que usaban los abuelos / para sembrar su fe de campanarios.
Vendo mi corazón como chatarra / antes de que se asfixie la montaña / en la vergüenza de los incensarios”.

Poeta de pies cansados; poeta de nostalgias y dolor de patria; poeta de la raza. Este es Jorge Robledo Ortiz, a quien celebramos natalicio este 30 de septiembre de 2020. Son ciento tres años de poeta; ciento tres años de amor a Antioquia, y a la libertad, y al amor mismo, y a la honradez, y al padre, y a la madre, y a Dios: amores estos tan perdidos del suelo Antioqueño. Amores estos, desaparecidos ya del suelo Nacional.

Recordemos que nuestro poeta, que creció soñando las noches de sílex de nuestra Ciudad Madre, y el rumor del Cauca y el murmullo del Tonusco, honró como nadie nuestras letras, nuestra lírica y nuestra raza: baste decir para ello, que sus poemarios rebasaron las fronteras patrias; fueron decenas las condecoraciones y menciones honoríficas, y ejerció como embajador de Colombia en varias naciones, por la época en que a la patria la representaban sus mejores hombres, llenos ellos de cultura, de poesía, de literatura, de hidalguía, de honradez, en oposición a esta época, pobre época donde las embajadas son simples canonjías, y se usan para ocultar personajes oscuros, con historias de molicie, peculados y bajezas.
Celebremos, pues, a nuestro poeta de Antioquia, a nuestro poeta de Santa Fe de Antioquia, al poeta de Colombia, que cantó al amor, a la raza, a la patria, a la vida y al mundo. Al poeta de más de cien años, que jamás morirá en el corazón de Antioquia, y nunca faltará en los buenos libros, cuando de hallar excelente poesía, se trate. Celebremos siempre al poeta Jorge Robledo Ortiz, porque es el alma de la Ciudad Madre.