“Me llamo José Antonio Carvajal, nací en el barrio Buga de Santa Fe de Antioquia el 15 de octubre de 1915. Fui agricultor casi toda mi vida. Me casé y tengo cinco hijos, y gracias a que siempre fui un hombre trabajador, aquí estoy todavía contando el cuento”, da a entender con voz fuerte y segura, y sobre todo con una memoria envidiable, este resistente paisano que acaba de celebrar junto a su familia el récord de ser uno de los hombres más longevos, no solo de Santa Fe de Antioquia, sino del Occidente antioqueño.
Hijo de Rafael Benitez y María de los Santos Carvajal, tuvo solo un hermano que ya murió. En sus años mozos se casó con la señora Tulia Elena Higuita, de cuya unión nacieron sus hijos: Aura, (quien vive en Estados Unidos), Urias, Rodrigo, Consuelo, Marleny, Cielo y Lilia.
De ese pueblo de principios del siglo XX, recuerda que le tocó arriar bueyes y cargar leña, pues en esa época no había electricidad, por lo que muchas familias de escasos recursos tenían que cocinar con leña.
Don José Antonio ha vivido toda la vida en la Ciudad Madre; por ello sus ojos han sido testigos de más de un siglo de vida, desde cuando este suelo tonusqueño era una pequeña comarca, hasta la ciudad intermedia en la que se viene convirtiendo hoy en día.
Cabe registrar que este centenario paisano nació en 1915, año en que circuló por primera vez en Bogotá el periódico El Espectador, diario de la tarde, simultáneamente con la edición de Medellín, dirigida por don Gabriel Cano. Fue el año en que con el nombre de Ricardo Arenales, Porfirio Barba Jacob publicó el gran poema “Canción de la vida profunda”. En el mundo, en ese 1915 Italia vivió un violento terremoto que destruyó varias ciudades y dejó más de 50.000 muertos. Igualmente fue la época en que el metro de Nueva York se hundió con un saldo de 25 muertos y 300 heridos.
Con una memoria casi intacta, rememora la Antioquia que le tocó vivir en sus años mozos, cuando todos se conocían y saludaban, donde sus calles y callejones eran en tierra, y el agua rastrera corría rauda y cantarina entre las cañuelas de calles como la del Medio; cuando en las noches se tenían que alumbrar con velas, candiles, y con la famosa lámpara Colemán; y cuando las serenatas de caballeros enamorados eran comunes al pie de ventanas y balcones.
No obstante recuerda que la época más dura que le tocó vivir fueron los años de la lucha partidista conocida como la violencia, la cual fue desatada por el asesinato del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán; narra con detalle que ese aciago tiempo se vivió con crudeza en la zona rural y no tanto en la urbe, pues había un jefe conservador llamado Alberto Martinez, quien no dejó matar a nadie.
AGRICULTOR DE TODA LA VIDA
Con su particular acento santafereño, quedo y cantadito, como buen caratejo, cuenta que en su juventud se dedicó de lleno a la agricultura y a tirar azadón en una pequeña parcela ubicada en la recta del Paso Real. Allí por años esa tierra le dio el sustento para su familia, pues fueron muchas las cosechas que recogió de maíz, plátano, y frutales como mangos, zapotes y naranjas.
Con una impecable memoria, asegura que esas cosechas las comercializaba con el señor Raúl Rodriguez, quien era un conocido comprador de frutas; hoy, a pesar de que por la natural edad ya no siembra, se queja porque asegura que gran parte de las fincas donde se sembraban estos frutos, fueron cambiadas por zonas de recreo.
Si bien no lo enuncia directamente, su familia cree que el haber sido un trabajador de todos los días, y el alimentarse con los frutos de la tierra, es parte de la clave de su larga existencia, a pesar de que fue un hombre parrandero que le gustaba tomarse sus traguitos, y más cuando era diciembre, época del año que no perdonaba para disfrazarse en la Fiesta de los Diablitos todos los 28 y 29 de diciembre. Además, el hecho de que viva rodeado del calor de hogar en su casa en el sector de Santa Bárbara, hace que Don José Antonio lleve una vida tranquila y apacible al lado de los suyos.
AGRADECIDO CON LA PROVIDENCIA
Como dice la canción de Piero, “Viejo, mi querido viejo, ahora ya caminas lento, como perdonando el viento”, hoy el paso de los años en Don José Antonio se nota como es apenas natural, en su lento y difícil trasegar que acompaña de un bastón de madera, por lo que ya no puede salir solo al parque principal a tomar tinto con los amigos, tal y como solía hacerlo hasta hace unos tres años. Hoy se la pasa viendo televisión y sentado en la puerta de su casa, aunque por la pandemia del Covid-19 le ha tocado encerrarse.
Recuerda su hija Lilia que la última vez que lo llevó al hospital fue hace dos años, pues tenía la piel muy seca; de resto goza de una buena salud, tanto que come frijoles y sus sopas de ahuyama y espinaca, eso sí, bajas en sal y grasas. Otro de sus antojos son los mecatos, especialmente las harinas, pues no le puede faltar la parva dulce, sobre todo tortas y galletas.
Así pues pasa los días este buen y saludable paisano, quien a sus 105 años aun tiene ánimos y fuerza para decir que no está aburrido con la vida, que al contrario, está muy contento y que le da gracias a Dios todo Poderoso por cada día que se levanta.
“Todos los amigos conocidos que se criaron conmigo se murieron ya, solo he quedado yo, cosa que agradezco, pues son muy pocos lo que aguantan tanto trote, da a entender Don José Antonio con algo de nostalgia y de orgullo.
Si bien 105 años no se cumplen todos los días, por ahora la celebración se limitó a una eucaristía en esa mañana del 15 de octubre en el templo de Santa Bárbara, en espera de que pase un poco la pandemia para festejar como se debe su onomástico con gran parte de su familia que vive en Medellín y en los Estados Unidos.
Sin duda Don José Antonio es un consentido y un privilegiado de la vida, quien no se cansa de agradecer a la Providencia por tanta vitalidad cuando abre los ojos cada mañana.